Dicen que donde hubo fuego,
grises cenizas quedan,
pero bajo estas canas
no es ceniza lo que queda,
sino unas ardientes brasas.
¿Quién podría imaginar
que a los cuarenta años de edad
vendría un viento a soplar
lo que queda de mis ascuas?
¿Quién podría imaginar
la pulsión vital del Eros
volviendo a despertar
reavivando este deseo?
¿Cómo no caer rendido
al gozo de cada caricia
en un abrazo sentido
susurrándome al oído?
¿Cómo puede ser pecado
amar, sentir, gozar, fluir,
sentirse vivo y amado
en esto que es el vivir
con un corazón alado?
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