Caminar por las calles
del centro de Santiago
es recorrer las heridas
abiertas de un pueblo
que no era el mío,
pero al que ya,
después de tanto tiempo,
pertenezco.
La antigua Plaza Italia,
antiguo corazón de la ciudad,
hoy sigue latiendo,
con un nuevo nombre:
Plaza de la Dignidad.
Con o sin nombres,
sigue siendo epicentro de temblores.
Cubrirán sus grietas,
pero quedarán las cicatrices
del abuso en la memoria
y en el recuerdo de los
cientos de ojos mutilados.
Leer su paredes
es escuchar su alma herida
que sangra en símbolos
que grita en imágenes
de colores vivos del arte,
lenguaje revolucionario
del alma al alma.
Edipo Rey se arrancó los ojos
con los broches del vestido
de su madre-esposa Yocasta,
al descubrir la verdad y verla muerta.
Las fuerzas del Estado, también Pueblo,
le arrancaron los
ojos al Pueblo
que despertó del mal sueño
del neoliberalismo,
que abrió los ojos,
que tomó conciencia,
ante su matria
abusada, y explotada
por un Estado violador y extractivista.
Pisar las calles nuevamente,
ensimismarse
para volver a sí mismo.
Perderse en el mundo
para encontrarse.
Entregarse por completo
a las fauces del abismo
para sentirse completo
uno mismo.
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