(Foto: Roberto Miranda)
Imagina meter toda tu vida en una maleta.
Imagina despedirte de tus seres queridos,
decir adiós a tu familia de origen,
tus amistades, sin saber
cuándo las volverás a ver.
Imagina abrazar a tu madre,
sintiendo que puede ser la última vez.
Imagina atravesar todo un continente por carretera
de bus en bus, durmiendo en las estaciones,
o en alguna que otra pensión de mala muerte.
Imagina vivir a la intemperie,
despertar cada mañana sin saber
qué comerás o dónde dormirás.
Imagina entregar lo que queda de tus ahorros a un extraño,
ser estafado por coyotes y mafias
que trafican con miles de personas cada año.
Imagínate una noche fría en el desierto altiplánico,
atravesando la frontera por un paso no habilitado,
con temor a pisar una mina antipersonal,
con tu hija en brazos.
Imagina ser detenido,
humillado, denigrado,
ser tratado como ganado.
Imagina perder tu pasaporte,
y con él tu dignidad y tus derechos.
Imagina vivir y crecer en un campo de refugiados.
Imagínate buscando una vida mejor
con el anhelo de comenzar de nuevo.
Imagínate pidiendo asilo.
Imagínate comenzar de cero.
Imagínate esperando filas interminables
para regularizar tus
papeles.
Imagínate sentirte minoría.
Imagínate pasar la navidad y
tu cumpleaños lejos de casa.
Imagínate obligado a dormir
en una carpa provisoria
en un parque o una plaza.
Imagina que una gente exaltada
vienen a quemar tu campamento,
tu equipaje, tu maleta.
Y que tu pequeña hija inocente,
con su mochila rosa a la espalda,
es testigo de toda esta violencia.
Tu vida en una maleta.
Su vida en una mochila rosa.
¿Acaso no somos todos extranjeros
en algún lugar del mundo?
Ningún ser humano es ilegal.
La crisis no es migratoria.
La crisis es de inhumanidad.