jueves, 29 de octubre de 2020

Padre Basilio Álava


Aún recuerdo lo que escribió en la pizarra aquel primer día de clase, en Septiembre de 1993. Llegó con su infaltable bata blanca, se acercó a la pizarra, sacó la tiza del bolsillo, y escribió en inglés en letras mayúsculas:

"WORK AND ENJOY WORKING"

"Trabaja y disfruta trabajando"Ese era su lema, nos dijo. Y lo hice propio desde entonces.

Cada mañana llegaba a enseñarnos matemáticas con un entusiasmo imbatible, que rezumaba por los poros. Cuando faltaba algún otro profesor,  él se conseguía la sala audiovisual subterránea del pabellón de B.U.P y fusionaba dos - y alguna vez hasta tres- secciones en las memorables clases "Unificadas", donde avanzaba materia y hacíamos ejercicios en la pizarra. Cuándo requería dibujar círculos para enseñarnos trigonometría, sacaba su peculiar compás, con una tiza atada a un cordel, o si no lo llevaba encima, trazaba una circunferencia a mano alzada, clavando su codo en la pizarra y usando su antebrazo como compás.

Tenía un conocido repertorio de frases célebres que repetía con frecuencia, y estaban registradas en el interior de uno de los armarios de nuestra aula.

 - "No tengo la suerte de ser gallego" - respondía cada vez que le ofrecíamos una respuesta con tono dubitativo.

 - "Hale! unos platanitos y a la cápsula" - comentaba irónicamente cuando nos equivocábamos

 - "¿Cómo? ¿Cómo?" -preguntaba en un tono agudo, casi de fingida indignación, cuando dábamos una respuesta que lo decepcionaba.

 - "¿Hizo la tarea?" -Con mirada a la vez tierna e inquisidora.

 - "Apúrense" - Nos decía mientras bajaba rápidamente las escaleras con una leve cojera.

 - "Villoch, a la pizarra"

- "En la vida..." - Bastaban esas tres palabras para saber que podíamos soltar el bolígrafo y dejar de tomar apuntes durante un momento, pues después de aquello, vendrían unos minutos de una charla de sabiduría aplicada, que él denominaba "pildoritas". Por ejemplo: "En la vida, a veces hay que limarse las aristas para rodar mejor"

 A veces me decía: 

- "Villoch, tienes que ir a vivir a Suramérica, para aprender a hablar más despacio y tomarte la vida con más calma".

Y, bueno, hasta acá me vine. Él había vivido varios años en Barranquilla, Colombia. Y le habían quedado algunas expresiones de aquel tiempo, como el tratarnos de ustedes.

Durante un tiempo gestionó la venta de la tienda de gominolas que abría los sábados por la mañana,  durante las fiestas anuales del colegio y en algunos recreos. También solía manejar el autobús blanco y verde del colegio. También lo recuerdo en su rol pastoral, en la capilla, con su estola, celebrando misas  o escuchando confesiones.

Aunque, más allá de la universidad, jamás volví a usar la geometría analítica, ni las derivadas ni las integrales en mi vida profesional, confieso que, gracias a su genuina y apasionada didáctica, aprendí a amar las matemáticas. Aún recuerdo la regla mnemotécnica para las integrales: "Si Un Día Ves Un Valiente Soldado Vestido De Uniforme". 

\displaystyle{\int u \cdot dv =u \cdot v - \int v \cdot du}

En mayo del 2011, en el marco de un viaje para presentar mi tesis de Maestría en un congreso sobre Desarrollo Sostenible en el Earth Institute de la Universidad de Columbia en Nueva York, atravesé caminando Manhtattan para visitarlo en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario en el East Harlem y saqué esta foto. Me sentía como Luke Skywalker peregrinando al encuentro de Yoda.



Hoy jueves 29 de octubre, será su funeral en la iglesia de San José de la Montaña. Dado que no podré estar presente, le rindo este pequeño homenaje.

Seguramente, todos quienes nos dedicamos a la docencia, tuvimos alguna vez algún profesor que nos inspiró. Yo tuve varios... Marisol en 1° y 2°,  Don Alberto en 4°, Don Fernando en 5°, Dionisio Cámara, Almudena Eizaguirre, González Vadillo, Efrén Martín, Bernardo García en La Comercial de Deusto, Eduardo Guzmán y Mohamed Ayub Khan en el Tec de Monterrey, Göran Carstedt, Karl-Henrik Robert y Regina Rowland en el MSLS del BTH en Suecia entre otros. Pero sin duda, debo reconocer que la figura del Padre Basilio, representa mí algo más que un docente. 

Si Profesor es alguien que te enseña, y Maestro es alguien de quien aprendes, Basilio sin duda fue para mí un Maestro.


domingo, 18 de octubre de 2020

Recuerdos de octubre, un año después

El neoliberalismo me había calado hasta los huesos. Había colonizado mi psique. Por más que mi alma quisiera contribuir a la comunidad, ejercer un tiempo de voluntariado, mi supuesta libertad se veía cooptada por una estructura de incentivos perversos que me hacían perpetuar el individualismo. La presión de trabajar para pagar la hipoteca al banco, la tarjeta de crédito, el miedo a la intemperie, el pánico a la pobreza, la narrativa del emprendedor, la autoexigencia convertida en autoexplotación, al afán de ser productivo, el juicio a la ineficiencia, el descanso y el ocio vistos como flojera.... eran todo expresiones de haber privatizado mi vida, haber interiorizado al opresor.  Al mismo tiempo era empresario y empleado precarizado. Obrero del conocimiento de universidades extractivistas, pilares del capitalismo cognitivo. La dialéctica materialista ya no se daba entre patrón y proletario, sino que se daba al interior de mi mente, en el frágil campo de batalla de mi cuerpo, en el limitado espacio tiempo de mi agenda... y los efectos colaterales no deseados afectaban la calidad de mis vínculos con mis seres queridos, y también la calidad de la salud corporal, mental y emocional.

Pero un velo cayó aquel dieciocho de octubre. Dicen que fue una revolución, pero también fue una revelación. Cuando el pueblo se rebeló, algo nos fue revelado. Aquel veinticinco de octubre, allí en la plaza, renombrada como Plaza Dignidad, en las calles, en las grandes alamedas sentimos que caminamos libres para construir una sociedad mejor, cumpliendo la profecía de Allende. Por primera vez en mucho tiempo nos sentimos Pueblo, miembros solidarios de una alma colectiva. Codo a codo, mano a mano. Banderas mapuches y chilenas, del Colo y la U, ondeaban al viento. Mujeres y hombres. Jóvenes y viejos.  La categoría Pueblo había sido olvidada. Reemplazada por expresiones más modernas y urbanitas como Ciudadanía, Gente, Sociedad, menos cargadas de significado colectivo.

Durante las últimas cinco décadas, las fuerzas del mercado habían debilitado -si no disuelto- las fuerzas de la comunidad. Y durante aquella intensa semana,  las Fuerzas de Seguridad del Estado se habían vuelto contra el Pueblo, y lo estaban, literalmente, mutilando. Cuando el Pueblo abrió los ojos y despertó, le arrancaron los ojos. Un joven estudiante. Una trabajadora. Gustavo y Fabiola. ¿Qué peligro representaban realmente? ¿Para quién?

Tomamos conciencia de la injusticia. Chile se había convertido en un país de eufemismos. La injusticia se había transformado en un tabú. La llamábamos desigualdad o inequidad. Era raro incluso escuchar la expresión "Justicia social". Si uno la mencionaba, casi te tildaban de comunista. Recuerdo el polvo que levantó en su momento la propuesta de Monseñor Goic del Salario ético. 

Durante aquella semana, había participado en un congreso académico sobre Transformaciones Sociales en la Universidad de Chile. Aquel viernes 18-O, fui temprano en metro a dar mi clase de Liderazgo Estratégico y Manejo de Conflictos a mis alumnos en el Barrio República y en el metro ya noté un aire enrarecido. Ante la escalada de evasiones masivas promovidas por estudiantes, grupos de Carabineros antidisturbios dentro y fuera de las estaciones. Terminada mi clase, viajé a Viña del Mar por el día para impartir mi clase allá y en el bus de regreso, me advirtieron del caos vial que se vivía en Santiago. El bus se demoró una hora adicional en entrar a la ciudad. Al ver el metro cerrado, caminé unas cuadras por la Alameda desde la USACH hacia Estación Central, pero en el camino, vi barricadas encendidas, encapuchados y guanacos y zorrillos que se acercaban. Me metí hacia una bocacalle para evitar los gases lacrimógenos. Llamé un Uber, que se demoró diez largos minutos en llegar. En el minuto nueve, vi que se acercaba corriendo un tropel de una treintena de personas encapuchadas, con un guanaco lanzando agua por detrás. Cuando ya estaban a pocos metros, justo llegó el Uber y raudamente, como alma que lleva el diablo, me subí al auto y le dije al conductor "Corra, que vienen los pacos". Me puse el cinturón de seguridad, respiré aliviado, y envié un mensaje a mi mujer para compartirle mi ubicación.

Al día siguiente, sábado, 19-O, sin entender todavía la dimensión del Estado de Excepción y sus consecuencias, participé en la actividad del SDG Forum en al marco del Congreso de Transformaciones. hasta que a mediodía, al comenzar un cacerolazo masivo, la coordinadora del evento nos pidió evacuar el campus para salvaguardar la integridad de los participantes.

Aquella noche escribí "Anomia" y a la noche siguiente "Estado de Fragilidad"

Otro día, al terminar mi trabajo en la oficina, a las cinco de la tarde, iba bajando con mi mochila, tranquilo para ir a tomar el metro, y en ese momento llegó un zorrillo por la Alameda, lanzando un horrible gas lacrimógeno. Tuve que volver a glocal a por limones, y esperar que pasaran los efectos.. Nunca me había sentido antes así, vulnerado en mi dignidad y en mis derechos humanos. Al llegar a casa, hice la denuncia en el formulario habilitado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos.

El Viernes 25 de Octubre salimos a marchar como equipo. Caminamos por la Alameda. Tocamos las cacerolas y sartenes. Coreamos las consignas. Y bailamos tras el escenario de Sol y Lluvia.

Fui testigo de mucha más violencia de la que hubiera deseado. Pero la más brutal era la fuerza desproporcionada de las Fuerzas del Estado contra su propio Pueblo alzado.

Ya ha pasado un año. Y más de la mitad, marcado por la Pandemia. 

Este domingo, cambiaremos la cuchara de palo por un bolígrafo azul y la pañoleta roja por una mascarilla. Y trazando dos simples líneas sobre una papeleta, millones escribiremos la Historia.