Dos hombres atados a un madero.
Dos reyes sin trono ni corona.
Un héroe y un antihéroe.
Un mástil y una cruz.
Vertical y horizontal.
Ambos adultos, jóvenes,
barbudos y de pelo largo.
la piel curtida por el Sol
del Mediterráneo.
Ambos fueron tentados.
Uno en el mar. El otro en el desierto.
Ambos en un retorno a casa.
Uno en retorno a la Casa del Padre.
Otro de regreso a Ítaca,
para volver junto a Penélope y Telémaco.
Uno acepta la voluntad del Padre,
traicionado, entregado, fracasado,
juzgado sin debido
proceso
condenado por la indiferencia
latigado, castigado, derrotado
sacrificado como un cordero
cuelga exhausto, cabizbajo
sufriente de sendos clavos
que atraviesan sus manos.
Víctima de la tortura
y la represión del Imperio opresor.
El otro, pide a su leal tripulación
de oídos con cera tapados,
ser atado a su mástil,
para no caer en la tentación
para evitar dejarse llevar
por el seductor encanto
de las hermosas sirenas
y su misterioso canto,
al que otros cedieron.
Tenso, con los dientes apretados,
los puños apretados,
el pecho apretado,
Diría que hasta excitado,
la piel doblemente salada
salpicado de sudor y mar.
Los cabos marcados
en las muñecas,
tobillos, caderas y brazos.
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