Despiertas de amanecida.
Desayunas muy temprano.
Preparas tu vieja mochila
con dos botellas de agua,
un sándwich de pollo
y cuatro mandarinas.
Te atas los cordones
de tus zapatillas.
Sales desde la bella Cuenca,
antiguamente conocida
como la Atenas del Ecuador,
hoy, por sus industrias, renacida.
Tras una hora de carretera
con innumerables curvas en subida,
después de catorce años de tu vida,
pones tus pies por fin
en el Parque Nacional Cajas.
largo sueño anhelado,
eternamente postergado.
Comienzas a caminar
bajo un amenazante
cielo grisáceo,
con una vista impresionante
a un paisaje interminable
de valles glaciales,
lagunas oscuras,
páramos y pajonales.
Al sentir el viento frío
sobre tu rostro,
rodeas tu cuello
con la bufanda
y te cubres
nariz, boca y orejas.
Sientes el chapoteo
del húmedo barro
y aprecias la vida,
en su fragilidad
en su fragilidad
gozando en cada paso,
con toda su intensidad.
A medida que avanzas,
rodeas la Toreadora,
y descubres aquí y allá
florecillas
azules, lilas
moradas, verdes,
rojas y amarillas
flores tímidas
y valientes
qué brotan entre
las piedras,
resilientes.
Bosques de polylepis,
bosques de quinua,
sus troncos cobrizos
se deshacen como si fueran
bosques de papel.
Llaman tu atención
las puyas bromeliáceas,
clavas de Hércules,
con sus peludos tallos,
con sus florecillas verdes
y aquellos herbazales
amarillentos y pardos.
A medida que asciendes
sientes el pulso
detrás de las sienes,
sientes como la sangre
bombea en tu cabeza,
tu respiración se agita
jadeas y te preguntas
si el mal de altura se evita.
Decenas de especies
de musgos y líquenes
transforman cada roca
en un paisaje multicolor,
más arriba, yaretas
crecen como almohadillas.
Senecios,
chuquiraguas,
borracheras,
totoras,
equisetos.
sarashimas
y papiros.
Un fugaz colibrí
de pecho anaranjado
y en su lomo
un brillo azulado
atraviesa raudo y veloz,
tan rápido
que te roba la voz.
que te roba la voz.
Pueblan el lugar
mitos incas y cañaris,
vírgenes aparecidas,
historias de arrieros
y contrabandistas,
cajas de plata y oro
hundidas en sus aguas,
el viejito del farol
de luz verde
que se aparece
para devolver al camino
a quienes lo pierden,
luces nocturnas
que se mueven
sobre las lagunas
misteriosamente.
Para terminar,
un sabroso almuerzo
en un rústico escondite
con olor a leña,
habas con queso,
locro de papa,
una trucha al ajillo
y el infaltable canelazo.
Una laguna tras otra,
cerros, cerros y más cerros,
poco a poco, paso a paso,
te enamoras de estos páramos,
y sus lagunas de altura
verdadero santuario
para Ecuador, Azuay y Cuenca,
guardiana de las aguas.
más fotos del Parque Nacional Cajas,
Cuenca, Azuay, Ecuador
Cuenca, Azuay, Ecuador
No hay comentarios:
Publicar un comentario