Se define algo social como
aquello perteneciente o relativo a la sociedad, o las relaciones entre sus
miembros. Mirándolo en perspectiva, dado que todos los negocios ocurren entre
personas, dentro de una sociedad, todos los negocios, en teoría son sociales. Sin embargo, esta distinción de negocios sociales aparece para
diferenciar el propósito superior del negocio, más allá de la maximización de
utilidades, orientándose a resolver una problemática social.
Inicialmente bajo el concepto de
“Economía social y solidaria” cabían las sociedades cooperativas, las
iniciativas de comercio justo, y otros proyectos alternativos de organizaciones
no gubernamentales y entidades sin ánimo de lucro. Recibía esos apellidos
frente a la economía pública y la privada. En los 90 eran pioneros los intentos
de aplicar métodos de gestión propios de la empresa privada al denominado
tercer sector. Aparecían investigadores, programas formativos y hasta
consultoras especializadas en ese ámbito.
En Reino Unido en el año 2005 se
introduce la figura jurídica de la Compañía de Interés Comunitario (CIC). Del
2006 en adelante, van tomando fuerza y visibilidad las iniciativas de Fundación
Ashoka que va visibilizando a sus agentes de cambio como “Emprendedores
sociales”. Con el lema, “Everyone can be
a changemaker” busca inspirar a una nueva generación de personas
comprometidas con la transformación de su sociedad. En ese año se publica el
libro “Cómo Cambiar el mundo. Los
Emprendedores Sociales y el poder de las buenas ideas” de David Bornstein. Ese
mismo año también se crea B-Lab, la organización que después impulsaría la
certificación de B-Corps. La Fundación Schwab comienza a premiar a líderes
destacados como emprendedores sociales en el Foro económico de Davos.
En el 2008, cuando decenas de
personas contribuyen a elaborar el libro “Business Model Canvas generation”,
destinado a facilitar la innovación en
modelos de negocio, pocos podían imaginar cómo iban a cruzarse estas dos
tendencias de innovación en negocios y de emprendimiento social. En ese tiempo,
todavía estaba en boga la “fortuna de la basede la pirámide”, término popularizado por un artículo de Prahalad en la
revista de Harvard, haciendo referencia a la oportunidad de negocio escondida
en los miles de millones de personas viviendo bajo la línea de la pobreza.
En el ámbito corporativo, cuando
en 2011 Porter y Kramer tratan de instalar el concepto de “Creación de ValorCompartido” para dejar atrás la
“Responsabilidad social empresarial”, otros comienzan a hablar de negocios
inclusivos. Poco a poco las memorias y reportes de RSE pasan a denominarse
reportes de Sostenibilidad /
Sustentabilidad (en algunos países latinoamericanos), y tímidamente van
incorporando los indicadores que surgen del Global Reporting Initiative. En
paralelo, se avanza con el consenso global para la guía ISO 26000 de Responsabilidad Social.
Con el aumento de ONGs y Fundaciones
que comienzan a diseñar modelos de negocios para auto-sostenerse, grandes
empresas que comienzan a crear fundaciones para gestionar sus aportes al
desarrollo local, nuevas empresas sociales lucrativas que buscan generar
impactos sociales positivos, se va configurando la emergencia de un cuarto
sector, de propiedad privada pero de fines públicos.
Desde la política pública se
comienzan a inyectar fondos para enriquecer un ecosistema de emprendimiento e
innovación, en el que se va configurando un nicho de emprendimiento e
innovación social, en el que se van articulando simultáneamente universidades,
organismos públicos, entidades privadas, sociedad civil organizada,
emprendedores y agentes de cambio.
En la medida que el movimiento va
ganando momentum, van apareciendo términos como economía
colaborativa, economía circular, economía consciente, economía sagrada, economíadel Bien Común, la economía B… cada una con sus impulsores, sus comunidades y
sus campañas. Un importante hito se dio
durante 2017 en el Foro NESI de Málaga, agrupando a todas estas tendencias
dentro del concepto de “Nueva Economía”.
Finalmente, más allá de los
apellidos y las nomenclaturas con las que se etiquete el fenómeno, es
importante darse cuenta de la relevancia histórica que tiene. La revolución
industrial de Londres a fines del siglo XVIII y principios del XIX no fue
planificada por un gobierno ni diseñada por una política pública, ni duró un
solo periodo político. Se alargó varias décadas, atravesando a varias
generaciones. Fueron centenas, miles de pequeños emprendedores en sus
talleres aplicando pequeñas innovaciones
que les permitían las nuevas tecnologías y sus nuevos inventos. Si bien hoy
esta nueva economía de los negocios con propósito social aparece con un
porcentaje marginal, en la frontera de vanguardia, son los pioneros de un nuevo
paradigma que está abriendo campo para nuevas generaciones de emprendedoras y
emprendedores con sentido. La denominada Cuarta revolución industrial, que hace unos años ya Peter
Senge denominaba “La Revolución necesaria”,
no solo estará dominada por la robótica, la inteligencia artificial, el BIG
data y la computación infinita. También deberá ser circular, con
propósito, colaborativa, cuidando el bien común, basada en energías limpias y
con rostro humano. Es más, la cuarta revolución industrial será social –y
sostenible- o no será.
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