"Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia y sacarle todo el meollo a la vida, para no llegar a la muerte y descubrir que no había vivido." (H.D. Thoureau)
Cuando en 2011 comenzó la agitación en la Plaza Tahir en Egipto, aún no imaginábamos cómo iba a transformarse la política y la participación ciudadana con la masificación de la tecnología. Antoni Gutierrez-Rubí sintetiza muy bien esta tendencia en su libro "Tecnopolítica".
Pero esta semana he encontrado dos ejemplos que invitan a un salto cuántico en esta materia. La Fundación Democracia y Desarrollo, plataforma del ex Presidente chileno Ricardo Lagos, ha lanzado TuConstitución una plataforma virtual -casi como una wiki- para facilitar la deliberación ciudadana ante el inmininente proceso de reforma constitucional prometido en el programa de gobierno de la Nueva Mayoría.
Mientras tanto, en España, se prepara la primera manifestación de hologramas de la historia, en protesta contra la aprobación de la denominada #LeyMordaza, que -según los convocantes- limita considerablemente el derecho de asociación y libre expresión.
Exactamente catorce años después de aquella noche, volvieron a encontrarse inesperadamente. Esta vez, en un vagón del metro en hora punta. Apretados por la multitud, sus cuerpos se rozaron nuevamente. La reconoció por el aroma frutal de sus rizos morenos. Inconfundible. Catorce años después, ella seguía usando el mismo champú. Cuando se abrieron las puertas, él solo alcanzó a emitir un leve "gracias" mientras ella se perdía entre la marea de gente, dejando escapar un secreto suspiro de alivio.
Cuando recibí la invitación por
las redes sociales, lo primero que me llamó la atención fue el dibujo de aquel
vistoso y colorido colibrí junto a la montaña verde. El corazón del colibrí es el más grande del
reino animal, en proporción a su tamaño. Solo un corazón así le permite agitar
sus alas a tal velocidad. Y fue así como mi corazón de colibrí saltó de alegría
con la mera posibilidad de asistir al encuentro.
El lugar elegido, el territorio
del Pueblo Misak en el resguardo indígena de Silvia, Guambia, en las montañas
del Cauca era muy significativo. El Cauca ha sido una región muy golpeada por
la guerra que se vive en Colombia durante décadas, llegando a ser considerada
como zona roja. A su vez, el
territorio Misak ha sido el corazón del movimiento indígena por la defensa del
territorio y la identidad.
En el terminal terrestre de Cali
coincidí en el bus con otros participantes del encuentro, fácilmente reconocibles
por la vestimenta y las grandes mochilas. Las instrucciones eran claras y
precisas. Unas tres horas hasta Piendamó por carretera, atravesar caminando el
pueblo hasta tomar otro bus a Silvia y en el parque de Silvia tomar un jeep o
colectivo hasta la Misak Universidad.
Cuando llegamos, ya había
comenzado la primera plenaria, en la que Beatriz Arjona del Consejo deAsentamientos Sustentables de las Américas estaba relatando la historia desde
el primer Llamado. Las autoridades Misak presentes también dieron su bienvenida
y se realizaron los correspondientes rituales y ceremonias de inicio.
Mientras armaba la tienda de
campaña, vislumbré a mi amiga Zulma, a quien no veía desde hacía cinco años en
Karlskrona, y nos fundimos en un alegre abrazo. Su pareja, Rowan me entregó unos
frutos secos y una granadilla para paliar el hambre del viajero. Tímidamente,
le pregunté a Zulma:
-“Y esto cómo se come?” -“No hay forma decente de comerse
una granadilla” – me respondió.
En un comienzo nos decían, “Por
favor, eviten fotografiar los rituales sagrados”. Después eran los misak
quienes nos fotografiaban con sus tablets.
Tras la cena, los “médicos” locales
prescribieron un “refrescamiento”
para armonizar energéticamente a
todos los recién llegados con el sentir del territorio. Esa fue una impactante
inmersión cultural en la cosmovisión Misak. Según logré entender, según su
creencia, el Territorio Misak como ente siente tu presencia, tu respiración, tu
latido del corazón, si gritas, si vienes con miedo... y el cambiante microclima
local es una respuesta al estado anímico de los visitantes. Ya era de noche y
los médicos se habían instalado en un
extremo de la cancha para realizar su ritual. Un fueguito, hojas de coca, un
pagamiento a la Pachamama y probablemente otras sustancias desconocidas. Nos
pidieron colocarnos sentados en una fila curva en media luna y esperar,
esperar, esperar…. Esperar. No podían decirnos si serían diez minutos, media
hora o más. Se demorarán lo que se tengan que demorar. Bienvenidos al tiempo
Misak. Kairós llamaban los griegos al
tiempo divino o tiempo emocional. Pasaron varias horas. Opté por no mirar el
reloj del teléfono celular. De hecho, opté por apagarlo, pues no tendría cómo
cargar batería durante la semana. Algunos tocaban flautas, otros guitarras,
algunos comenzaron a cantar.
Otros permanecíamos en silencio,
tratando de mantenernos presentes, con la mente abierta, suspendiendo los
propios juicios –en mi caso venían juicios como neohippismo, vmeme verde, boomeritis, tapón evolutivo-, sintiendo
progresivamente el frío, la humedad y el entumecimiento del cuerpo. Por breves
momentos, una leve brisa abrió un claro entre las nubes y pudimos contemplar con regocijo y admiración
las estrellas que titilaban al son de la sinfonía de grillos que nos circundaba.
Qué bendición.
Por fin aparecieron los brujos. A esa hora pude concluir que su
figura se acercaba más a ese arquetipo ancestral que a la concepción occidental
de médicos. Uno a uno, entregaban
hojas de coca e invitaban a lavarte las manos y rostro. Su presencia realmente traía simbólicamente lo
sombrío del inconsciente.
A la mañana siguiente, tras el
desayuno y tras una muestra de bailes folklóricos postergada a causa del
refrescamiento, comenzó el plenario “Territorio, Sustentabilidad y Buen Vivir”,
moderado por el señor Hildebrando Vélez, tan reconocido como perseguido
activista y académico ligado a las causas socio-ambientales. Representantes de
diversos pueblos originarios presentes en Colombia compartieron sus
testimonios, con algunas perlitas de sabiduría ancestral. Auténticos tesoros
humanos vivos, portadores de cosmovisiones milenarias. Sentí como un milagro
que perduren tras más de cinco siglos de resistencia. Zulma con sus rotuladores
de colores iba registrando la síntesis visual de los contenidos sobre papel kraft.
(incorporaré aquí imágenes de las anotaciones de la
moleskine)
La metodología elegida para el
evento, el denominado Consejo de
Visiones, permitía que cada participante pudiera elegir una temática o más para
profundizar. Entre las temáticas posibles estaban:
-Consejo de Educación
-Consejo de Ecología y permacultura
-Consejo de Asentamientos Sustentables
-Consejo de Sanación, Espiritualidad,
ancestralismo, consejo de mayoras y mayores
-Consejo de Jóvenes
-Consejo de Niños
-Consejo de Economía Solidaria
-Consejo de Arte y Cultura
-Consejo de Redes y Movimientos Sociales
Por la mañana fui al consejo de
Asentamientos Sustentables, pues tenía curiosidad por escuchar de mecanismos de
convivencia y resolución de conflictos usados en ecoaldeas y aprender más de
modelos como la holocracia y sociocracia. La primera sesión consistió en una
meditación guiada, prestando atención a la respiración. “Tu cuerpo es tu territorio primordial” “Pestañear conscientemente,
mirando hacia fuera, mirando hacia dentro”
Por la tarde, acudí al Consejo de
Educación, que era dinamizado por Zulma, Rowan y Paola. Durante la sesión, dos
mayores Misak docentes de la Misak Universidad nos expusieron cómo se organiza
la autoridad, su sistema educativo y sus vínculos con el sistema familiar,
productivo y político-administrativo. Uno de los ponentes, profesor de
Administración articuló su propuesta de la Minga como Modelo gerencial. Al
conversar con uno de sus estudiantes, le pregunté cómo hacen en su educación
para conectar a las personas con la naturaleza. Su respuesta me sorprendió
profundamente:
“La conexión con la tierra
comienza desde antes de la concepción. Antes de concebirme, mi madre soñó con
un colibrí. Y cuando nací, mi madre sembró mi ombligo en el huerto, junto
a nuestra casa”.
La sesión culminó con un inspirador círculo en el que cada
asistente declaró cuál debiera ser un ingrediente para construir una educación
consciente que reconecte con la naturaleza, con la vida.
(transcribiré aquí cosecha del
cuaderno)
La segunda noche mágica nos
sorprendió con una obra de teatro presentada por una compañía familiar de una
eco-aldea. No recuerdo el título, creo recordar algo relacionado con el cuarto
sol de los mayas. La representación era
de una impactante belleza visual, reforzada por la simbólica presencia del
abuelo fuego al centro del aforo. Tras una impactante entrada de escenas que
mostraban la decadencia humana marcada por la violencia y el abuso, progresivas apariciones de elementos naturales
como el agua, el fuego, el planeta iban desnudando progresivamente a un hombre,
quitándole capas de vicio, gula, arrogancia, ignorancia y otros males.
Tras la obra de teatro, un grupo
musical Misak con su vestimenta tradicional –mallku gris, falda azul, bufanda,
bombín negro- preparó sus instrumentos – guitarra eléctrica, bajo, batería…- y
cuando comenzaron a tocar algo parecido a rancheras mexicanas, yo me sentí
abrumado por tanto eclecticismo. Ya me disponía a hacer mutis por el foro y
retirarme a mis aposentos, cuando sentí que una mano me agarraba de la muñeca
arrastrándome hasta la pista de baile. Así, casi sin darme cuenta, terminé
bailando el frenético ritmo de la carranga
campesina por primera vez con mi amiga Zulma. La cucharita, la gallinita..
El viernes por la mañana, el
panel se titulaba “Territorio y Procesos de Paz”. Esta vez don Hildebrando hizo
algo más que repartir el micrófono. Invocó a los ausentes, los caídos, los desaparecidos... Pidió un minuto de
silencio por los 43 estudiantes cruelmente asesinados en Ayotzinapa, México. Y declaró
unas palabras que aun retumban en mi pecho.
Aquí estamos los que cuidamos los páramos.
Aquí estamos los que cuidamos el agua de los ríos. Aquí estamos los que
cuidamos las nubes que nos regalan la lluvia. Aquí estamos los que cuidamos las
semillas… Ahó!
Esto fue solo una señal, un
anticipo de lo que sería una intensa, vibrante y profunda mañana de presencia
colectiva, de testimonios que tocan el corazón, de voces quebradas y ojos
brillantes. Creo que fue en ese momento
cuando tres músicos misak tocaron el tambor
y la quena. En silencio, de pie, sintiendo la música del llamado de la montaña,
yo ya no pude contener mi llanto. Como en un suspiro, brotaron en mi todos los
momentos en que había sentido en mi vida eso que llamaba sin saberlo, el
Llamado de la Montaña. Vinieron a mí recuerdos –algunos de ellos casi
olvidados- de las primeras montañas que subí en mi niñez con Gazte Makaldia, de
los primeros círculos de silencio por la paz allá en la plaza de mi barrio en
el País Vasco, del dolor, la rabia y el coraje despertados por la violencia, vinieron
a mí escenas los paisajes de la sierra Norte de Oaxaca en México y la comunidad
de Cuajimoloyas, del trabajo en Farellones y del cuidado del Santuario de YerbaLoca en Chile… y de pronto, al son de aquella quena y al latido de aquel
tambor, lo supe. El llamado de la Montaña es el llamado a trabajar por la Paz,
por la interculturalidad, por la sostenibilidad, la regeneración, la convivencia en armonía
entre humanos con toda forma de vida. El llamado de la montaña no es un llamado
que hacen los humanos, es un llamado que hace nuestra Madre Tierra, a
cuidarnos, a sanarnos, a reconciliarnos, a honrar y custodiar pasado, presente
y futuro.
A ese breve y profundo momento
musical siguieron los testimonios de algunos
líderes indígenas y mestizos que compartieron con emoción sus historias
de vida y lucha por la dignidad de sus pueblos, las mujeres, la defensa de las
semillas, de los derechos humanos. Gloria Cuadras –ex alcaldesa de Apartadó un pueblo que
sufrió una horrible masacre- nos hizo llorar a muchos con su relato,
especialmente cuando mencionó los dibujos de una niña testigo del
sufrimiento. Y finalmente Jorge Calero, que
apeló a la responsabilidad que tienen las eco-aldeas en contribuir a los
procesos de paz en Colombia.
Terminado el panel, nos fuimos a
sembrar árboles a una ladera en la orilla del río Piendamó. Allí coincidí con
Lina, de la Asociación de Egresados de Uniandes, a quien había conocido unos
días antes durante el taller Cocrealab de innovación colaborativa para la sostenibilidad organizado por el nodo glocal de Cali.
Por la tarde, después de un
frugal almuerzo, tuvimos la sesión del Consejo de Educación. En esta ocasión,
estábamos sentados en el tipi, con el fuego –abuelo fuego- al centro. Usamos el
método de pecera (fishbowl) para compartir historias de distintas iniciativas
de educación alternativa. Comenzó Jorge, compartiendo su experiencia con la
Universidad Gaia, que ofrece cursos virtuales de pre y posgrado en diseño
regenerativo de asentamientos sustentables.
Después tomaron la palabra la
fundadora y directora del Colegio Alas de Cali -inspirado en la pedagogía para la paz- y un académico de la Universidad del Valle que desde la InvestigaciónAcción Participativa, los trabajos de Orlando Fals Borda, Paulo Freire y otros, había
acompañado el surgimiento de la Misak Universidad durante décadas,
relacionándolo con el emerger de otras universidades indígenas en otros países
de América Latina.
Pero lo que marcó la diferencia
aquella tarde fue el testimonio de un abuelo, vestido enteramente de blanco,
con un gorrito blanco, proveniente de una comunidad Muiska, quien nos relató
detalladamente las enseñanzas de un mamo
de la Sierra Nevada de Santa Marta, acerca de su visión ancestral educativa de
cómo se transmite la cosmovisión a lo largo de todo el ciclo de vida, desde la
preconcepción, el nacimiento, los primeros pasos, las primeras palabras, la primera
menstruación, la primera relación sexual … hasta la muerte. “Así se
siembra la gente” repetía una y otra vez.
Cuando salimos del tipi, ya era
de noche. Habían pasado más de tres horas sentados, escuchando historias en
torno al fuego. Aunque como facilitador, nunca habría diseñado un espacio de
aprendizaje como aquel, me dejé sorprender por la presencia colectiva y la
profundidad de la escucha lograda.
La penúltima noche mágica tuvo
micrófono abierto de artistas invitados. Un gracioso malabarista italiano, un
cuentacuentos colombiano, un guitarrista corso, y el entrañable coro del
colegio Alas, que cantó dos emotivas canciones por la paz. Una joven misak estudiante
de trabajo social se me acercó entusiasta y me sorprendió al pedirme ser amigos
por Facebook.
El sábado era el día de la
acción, de la colaboración, de la Minga, organizada enteramente por los Misak.
Por la mañana nos despertaron al son de guitarras, flautas y tambores. Desayuno
rápido y partió la marcha ritual. La caracola primero, después los músicos y
las abuelas, y después todos los demás. Ojalá en dos filas, hombres a un lado,
mujeres al otro. Al igual que en otros rituales, las mujeres en su luna debían quedarse en el
campamento, con un círculo de mujeres especial para ellas. Caminamos en silencio los pocos kilómetros
que separaban el resguardo indígena de la plaza del pueblo de Silvia. Unas
cuadras más allá de la plaza nos esperaba la chiva –nombre local para camión de
sobrecargado transporte rural - que nos
llevaría al campo que íbamos a sembrar con alisos y pililén. Según la creencia local, los pililén sirven
para “sembrar agua”, pues contribuyen a preservar los pozos de agua
y humedales.
Aquí, una sincronía
significativa, mi único apellido vasco por parte de mi abuela paterna,
originario del Valle del Baztán, Alzugaray,
significa alisal alto, un bosque de alisos en lo alto. Nunca antes había
visto, tocado o plantado un aliso. Y tuve que venir hasta acá, al corazón del
territorio Misak, en las montañas de Guambia, para plantar mi primer aliso y
reconectarme con el origen de mi apellido, con mis raíces familiares.
Precisamente, ese día tomé
contacto con varios españoles. Un chico de Santander, otro de Valencia, una
catalana, uno medio andaluz. Mientras íbamos plantando los alisos y pililenes,
ya bastante sucios por el barro, comenzó un tremendo aguacero. Ante el inmenso
chaparrón, no nos quedó otra alternativa que guarecernos bajo unos árboles y
esperar durante alrededor de una hora hasta que escampara. Una vez que cesó la
intensidad de la lluvia, pudimos salir de nuestro improvisado refugio y empezar
una cadena humana de unos dos kilómetros para transportar los arbolitos hasta
su lugar de siembra. Al final de la minga logramos transportar y sembrar mil
setecientos arbolitos. Sin duda, fue
emocionante e inspirador sentir el poder de la acción con intención
regenerativa, la capacidad de la comunidad de colaborar con entusiasmo,
superando alegremente el barro, la lluvia y el cansancio en aquella minga.
De regreso al refugio, nos
esperaba una rica y reponedora sancocha, una sopita con carne, para que
volviera el alma al cuerpo, y recuperarse del frío húmedo y el cansancio.
Cuando ya estaba por fin sentado en una piedra con mi plato humeante sobre las
piernas y la boca abierta para saborear la segunda cucharada, una voz desde
lejos pidió ocho hombres fuertes para ayudar a mover una ambulancia en apuros
que había quedado atrapada en el barro. Allí
quedó la sopa. Y partí raudo al servicio. Nos juntamos varios hombres, y
finalmente resultó que había que caminar varios kilómetros hasta llegar a la
ambulancia. Más de una hora después, al volver, mi sopita ya estaba fría, así que me sirvieron un nuevo
plato de sopa caliente y lo degusté con fruición.
La última noche hubo varios
grupos musicales, incluida la infaltable carranga y otros bailes Misak. Pero la
banda que se llevó más aplausos fue una banda denominada Campo y Sabor. Cada
una de sus canciones, entrelazadas con un castizo sentido del humor y consignas
por la soberanía alimentaria, estaba
dedicada a un vegetal, planta, semilla o fruta. Así, cantaron, y sobre todo,
bailamos al son del mango, la guayaba, el lulo, la naranjilla, la papa, el
café, el cilantro, el aguacate…
A la mañana siguiente, desperté
temprano para ayudar a preparar los murales de la evaluación, en los que
diseñamos unas preguntas en español y en lengua misak, para que los
participantes volcaran sus observaciones (ver), emociones (sentir), sugerencias
(pensar), compromisos de acción (actuar). Ver sentir, pensar y actuar son las cuatro dimensiones de la existencia, según el pensamiento Misak.
La última mañana fue bella.
Amaneció un cielo radiante, como si las montañas se hubieran puesto su mejor
ropaje para honrar nuestra despedida. Danzamos tres danzas de la paz que aún
reverberan en mi recuerdo. Ayun Mapu,Newen Mapu–en mapudungun, Amor a la tierra, y Fuerza a la tierra, para agradecer al territorio Misak por su
buena acogida. Después danzamos al son de “Fuerzas de la paz” -inspirado en una
canción popular rusa- para desear la paz en Colombia y toda la tierra. Y para
terminar, “Inlakech, alaken” saludo maya que significa Yo soy tu, tú eres yo,
celebrando los lazos de aquella naciente comunidad humana. Terminó con una
veloz y alegre ronda donde todos, incluidas abuelas, niños, jóvenes y adultos cantamos,
reímos, corrimos y gozamos.
Al mediodía comenzó la instancia
de cosecha, donde cada consejo compartió sus reflexiones, aprendizajes y
compromisos. Y se celebró con una
hermosa y sencilla ceremonia de cierre, agradecimiento y despedida.
Ya en el furgón de regreso,
reíamos con Oscar, Zulma, Rowan y sus niñas, recordando mi primera granadilla,
saboreando mi primer mango –sí, de esos que te dejan hilos entre los dientes-,
mi primera carranga, mi primer aborrajado… en fin, dicen que la primera vez
nunca se olvida.
Mi pasión es entrelazar mundos, hacer malabares con todas las esferas de la vida, aprender, desaprender y emprender en esta alquimia que nos transforma por dentro y por fuera, caminar con mi familia en la naturaleza, bailar salsa, contar cuentos, viajar, conversar y facilitar conversaciones con sentido, conectar la cabeza con el corazón, la lógica con la intuición, la imagen con la palabra. Y sí, a veces, escribo poesía.