Tuve la fortuna de nacer en el País Vasco de finales de los setenta, en una España en transición a la democracia. Viví mi infancia en los ochenta y mi adolescencia en los noventa, en una sociedad vasca marcada por el terrorismo. Desde los catorce años, me involucré activamente en un denso tejido asociativo donde convergían múltiples causas: el pacifismo, la educación ambiental, el voluntariado, la inclusión de jóvenes con discapacidad, la cooperación internacional, los movimientos parroquiales… En aquel contexto, fui testigo –y también sujeto- de momentos históricos y significativos de procesos sociales que alcanzaron un momentum inesperado. Ejemplos memorables de ello fueron la acampada que demandaba dedicar el 0,7% del PIB a cooperación para el desarrollo y la campaña del lazo azul por la libertad de los secuestrados que activó la movilización ciudadana pacífica de rechazo al terrorismo.
Al leer años años después el libro “The tipping point” de Malcolm Gladwell (traducido al español como “La clave del éxito” o “El punto clave”), pude comprender y conceptualizar muchos de aquellos procesos de transformación de los que me había sentido parte, explorando preguntas como ¿Por qué son tan importantes las conexiones críticas para llegar a una masa crítica? ¿Cómo una minoría llega a ser mayoría?
Lo que llevamos de siglo XXI se ha caracterizado hasta el momento por un proceso global de transición de paradigmas, modelos mentales y relatos. Por un lado, convivimos diariamente con numerosos sistemas (de negocios, de creencias, de educación, de formas de vida) que enfrentan una fase de decadencia, colapso o al menos un profundo cuestionamiento. Por otro lado, somos testigos de una efervescencia de múltiples sistemas emergentes (modelos de negocio, prácticas, cosmovisiones…). Algunos de ellos ya forman parte del cotidiano vivir y otros aún no ven la luz o permanecen bajo la superficie de la conciencia social.
La autora estadounidense Margaret Wheatley, co fundadora del Berkana Institute, plantea que el rol de los líderes den el siglo XXI consiste en facilitar la transición, generando las condiciones para que las personas que habitan los sistemas que decaen puedan transitar progresivamente a los sistemas que emergen. Sin embargo, esta transición no es fácil. Los sistemas predominantes conocidos ofrecen certeza y seguridad a quienes se aferran a ellos, por lo que dar un paso al lado implica salir de su zona de comodidad y enfrentar miedos profundos. Abrazar un nuevo paradigma puede implicar, para muchos, un salto al vacío. Sin embargo, una red puede aminorar el temor. Una red puede hasta ser el puente para atravesar al otro lado del precipicio.
Para que fenómenos locales, espontáneos y desarticulados se transformen en innovación social, escalable y sostenible, Wheatley enfatiza la importancia de nombrar, conectar, nutrir e iluminar estos sistemas emergentes. Primero, requieren ser nombrados, para ser reconocidos, para tener distinciones lingüísticas que nos permitan percibirlos. Para fortalecerse, necesitan conectarse en red, intercambiar experiencias, generar vínculos, ampliar el alcance. Para sostenerse, necesitan cultivar comunidades de práctica con un propósito compartido. Para crecer, necesitan nutrirse con inspiración, y modelos creativos de generación de ingresos. Para ganar legitimidad y reconocimiento, necesitan iluminarse, visibilizarse, hasta convertirse en sistemas de influencia.
Hoy en día, todo innovador social que desee escalar el impacto de su innovación, necesita comprender la lógica inherente al funcionamiento de las redes. Para que una práctica local sea adoptada globalmente requiere viralizarse, hacerse fácilmente reproducible, fácil de comunicar y compartir, fácil de aprender y no solo fácil, sino también, deseable, inspiradora, excitante. En palabras de Malcolm Gladwell, la innovación social necesita ser sexy, contagiosa, pegadiza. Las redes son un canal natural para multiplicar la visibilidad y por tanto, expandir el alcance e impacto de la innovación.
Al mismo tiempo, una red nutrida y densa constituye un caldo de cultivo para innovaciones sociales, pues cualquier idea o práctica que llegue a ese sistema, puede difundirse rápidamente gracias a la mayor conectividad y densidad de las interacciones. Un ejemplo inspirador de estos entramados colaborativos puede encontrarse en Aconcagua Summit, que ha sabido reunir en torno a sí a un amplio conjunto de líderes de diversos orígenes y sectores, con emprendedores sociales que comparten un sentido de complicidad, que les permite co-inspirar nuevas iniciativas colaborativas para un país más, justo sustentable y feliz. Los ingredientes claves de sus encuentros son sencillos: naturaleza, diversidad, sentido transcendente, arte, movimiento corporal, conversaciones, emociones, silencio, espacios lúdicos.
A nivel mundial, es destacable la expansión que han tenido durante los últimos años iniciativas de innovación social en red. Un ejemplo de alcance global es ImpactHub que ya conecta docenas de espacios físicos y comunidades de innovadores en los cinco continentes. En el ámbito de la educación emprendedora, sugiero seguir la trayectoria exponencial de la red de emprendizaje cooperativo de origen finlandés Tiimi Akatemia Learning Network, que reúne a cientos de coaches de diversos países, desde China hasta Brasil. Por su parte, la comunidad global de práctica del Art of Hosting, difunde técnicas de liderazgo participativo y técnicas para facilitar conversaciones significativas, que son, en sí mismas, innovaciones sociales que al operar en red, multiplican y expanden su alcance.
Un patrón común que mueve estos ejemplos es el campo de relaciones de cariño y vínculos afectivos que surge de la interacción entre los participantes, especialmente cultivado en espacios informales y distendidos: Sexy salads en Madrid, Pechakuchas en Estambul , ServiceJams en Melbourne, GreenDrinks en Estocolmo y otras instancias como la Pola Social en Bogotá, que inspiró a impulsar la Chela ciudadana en Santiago. Estas instancias se convierten en contenedores amorosos que acogen y expanden ese impulso creador a nivel individual y colectivo, quealgunos llaman Eros. Al fin y al cabo, redes afectivas son redes efectivas.
Publicado inicialmente en Tejeredes.
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