Durante milenios, los seres humanos fuimos nómadas, cazadores y recolectores. Sin embargo, con el nacimiento de la agricultura, nos hicimos sedentarios y comenzamos a vivir los ciclos de la siembra y la cosecha.
En el mundo vegetal, las semillas portan en su material genético la información necesaria para tomar del entorno los nutrientes necesarios, germinar y transformarse en una planta, florecer, ser polinizada, y dar fruto con nuevas semillas en su interior que a su ver continuarán indefinidamente los ciclos de la vida. Así, las semillas pueden volar con el viento, dejarse llevar por las corrientes de ríos y mares, y echar raíz cuando se den las condiciones necesarias y suficientes.
En el fértil campo de las conversaciones con sentido, la metáfora de los ciclos de la siembra y la cosecha cobran nuevos significados. Así, cuando invitamos y convocamos a un encuentro de conversaciones, podemos decir que estamos sembrando o diseminando semillas de posibilidades.
Las semillas, como la del bambú, necesitan las condiciones óptimas para germinar, y pueden demorarse semanas, meses e incluso años. Por eso, una vez que se siembra la invitación, se requiere paciencia, paciencia, paciencia para esperar. El arte de sostener la espera.
Cuando las semillas germinan requieren una atención especial, con cuidado y dedicación sobre todo en los primeros momentos. Es como el interés y compromiso despertado en los participantes. Es el arte de sostener el cuidado.
Y después de un tiempo en que el Sol, la lluvia, el suelo, el viento y todos los demás hacen su trabajo, llega el momento de la cosecha: de recolectar los frutos más valiosos de la conversación.
Y después de un tiempo en que el Sol, la lluvia, el suelo, el viento y todos los demás hacen su trabajo, llega el momento de la cosecha: de recolectar los frutos más valiosos de la conversación.
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