sábado, 7 de agosto de 2010

DEJAR IR Y VOLVER A EMPEZAR

No acostumbro a exhibir mi vida privada en este blog. Como mucho, tan solo algunas reflexiones y algunas pistas para aquellos amigos que con legítima curiosidad van siguiendo mis periplos. Julio fue un mes intenso y doloroso. Tras tres semanas en Bilbao entre el hospital -acompañando a mi padre- y la playa -cuidando de mi hija-, mi cuñada Lis vino desde Chile con la intención de recorrer Europa. Arrendamos un Audi A3 negro e iniciamos un viaje con Yohana, Lis y Amanda que nos llevó a París, Taizé, Milán, Venezia, Firenze, Pisa y Roma. A juzgar por la cantidad de iglesias que visitamos, siento que el viaje tuvo un cierto sentido de peregrinación por el viejo continente al corazón de la cristiandad. Puedo resumir el viaje con escenas inolvidables como las de Amanda corriendo descalza por los pasillos del Louvre, Amanda corriendo fascinada entre las esculturas greco-romanas de los Museos Vaticanos, el encuentro inesperado con Spudd en medio de Taizé (una burbuja más grande que el MSLS), horas y horas en el coche escuchando el DVD de Caillou, la experiencia de atravesar los Alpes por los túneles bajo el Mont Blanc y el Chamonix, librarse de la multitud de turistas perdiéndonos en las callejuelas medievales venecianas, las esculturas de las plazas de Florencia, la paz verde de la campiña francesa, los castillos en las laderas de los Apeninos...

Un mensaje de mi hermano alertándome del empeoramiento del estado de la salud de mi padre bastó para que adelantáramos nuestro regreso desde Roma. Catorce horas de autopista y cuatro países después, estábamos en Bilbao. Después, en la Clínica Virgen Blanca, junto a la Basílica de Begoña, los acontecimientos se precipitaron incesantemente uno detrás de otro. La extrema unción, los últimos estertores, el "ya no late" de la doctora, los abrazos de contención, las llamadas a la familia, los trámites en la funeraria. Tras el funeral en la Catedral del Buen Pastor, me reencontré inesperadamente con primos y amigos a quienes no veía en años. Ahí estaban Iñigo, Ana, María, Mikel, Virginie, Gina, Yago, Juan Eduardo, y muchos más. Decenas de mensajes de apoyo y cariño llegaron de todo el mundo por todas las vías, facebook, email y teléfono.

Ver morir a mi padre fue una lección de humildad sobre los ciclos de la vida. Un cuadro en la Basílica de Nuestra Señora de Begoña me hizo darme cuenta de lo natural que es dejar ir. Vivir simultáneamente la esperanza del embarazo de un hijo, la alegría de una hija que crece y la pena por un padre que se va es algo tan natural que me hace pensar que cuando el duelo se ha vivido acompañando en el sufrimiento, la muerte puede vivirse como una experiencia liberadora, casi como un alivio.

Al día siguiente, hicimos las maletas y emprendimos el vuelo de regreso a Chile. Un vuelo agotador de 24 horas, con un sabor agridulce. La primera semana en Santiago ha sido intensa. Reuniones con los profesores en la UNAB, con tesistas, con Hamburg, Outofthebox, auguran un semestre de mucho trabajo.

1 comentario:

Iñaki Murua dijo...

Un fuerte abrazo, Pablo.

Me ha recordado a mi experiencia de hace 14 años. Entonces, en ese ciclo de la vida que mencionas, me tocó en tres semanas entre julio y agosto, ver fallecer a mi padre y nacer a mi segundo hijo.