Todo chileno que haya comido un delicioso sandwich con palta -aguacate para mis amigos no chilenos- sabe que si aprieta por un lado del pan, la masa de palta verde molida se escurrirá incómodamente por el otro lado. Esta metáfora, que denomino "Efecto Palta" puede representar todos aquellos fenómenos que se desplazan como consecuencia de una presión en en determinado lugar. Por ejemplo, si aumenta la presencia policial en un barrio, puede que disminuya momentáneamente la delincuencia en ese barrio, pero es altamente probable que se desplazará a otros barrios.
Algo similar ocurre en numerosos conflictos ocasionados por los proyectos de infraestructura comúnmente denominados "NIMBY" -"not in my backyard"-. Durante los últimos años, Chile ha sido escenario de numerosos conflictos socio-ambientales en los que diversos actores (desde comunidades locales hasta grupos ecologistas), con mayores o menores niveles de articulación y visibilidad, se oponían a grandes proyectos de inversión. Algunos de los más notorios que vienen a mi mente son: el caso de la Central de Endesa en Ralco, las represas de HidroAysen en la Patagonia, la mina de Pascua Lama de Barrick Gold, las represas de AES Gener en el Alto Maipo, la Planta de Gas en Peñalolén, y más recientemente el proyecto de Central Termoeléctrica de Barrancones, junto a la hermosa Reserva del Pingüino de Humboldt, en la zona de Punta Choros e Isla Damas).
Finalmente, el Presidente Piñera en un alarde de ágil cintura política ante la oleada de protestas e indignación ciudadana que se le venía encima, apostó por reubicar la central. Nuevamente el efecto palta en acción. La presión local por salvar una localidad termina por desplazar la instalación a un lugar donde exista menor presión -o menor capital social local para articular una campaña coordinada en su contra. Si bien esta solución -tan inesperada como improvisada- termina con una expresión del conflicto que mostraba más sensibilidad con la biodiversidad del área protegida, no queda resuelto el cuestionamiento de fondo: la incoherencia de una política de instalación sistemática de una decena de centrales termoeléctricas que continuarán quemando carbón para generar electricidad, algo que va en dirección contraria a la de un gran número de empresas y países que ha optado firmemente por reducir conscientemente su dependencia energética de combustibles fósiles para frenar su contribución al cambio climático. Si Chile no modifica urgentemente su matriz energética y se esfuerza por reducir su huella de carbono, sus productos de exportación perderán ineludiblemente posiciones competitivas en el mercado.
Por esta vez, los pingüinos y delfines de Punta Choros se salvaron. ¿Pero se salvarán las exportaciones de fruta, salmón y vino cuando tengan que publicar sus huellas de carbon en las estanterías de los supermercados de Norteamérica y Europa? Quizá entonces necesitaremos otra revolución pingüina.