Gracias a las redes de Facebook, me he reencontrado con Alfredo, un viejo amigo del colegio, que trabaja de director creativo en publicidad y está detrás de varias campañas que me han llamado la atención durante el último tiempo, tales como la campaña de Acción contra el Hambre para pedir a Al Gore que pusiera la urgencia del hambre en la agenda global aprovechando su poder mediático, o la más reciente campaña de la Fundación Biodiversidad, que invita a la ciudadanía a abrir conversaciones en el Año Internacional de la Biodiversidad, "porque pasa a ser importante cuando empiezas a hablar de ello". Merece la pena echarle un vistazo a los mensajes de la campaña.
Este inesperado encuentro me ha hecho pensar las distintas estrategias para educar y comunicar a la gente la necesidad de transformar hábitos, actitudes y modelos mentales hacia la sostenibilidad. Por un lado, las campañas de publicidad, ahora menos masivas y más segmentadas gracias a las redes virtuales, logran llegar a públicos mayores de miles o millones de personas y pueden contribuir a instalar mensajes, ideas o discursos en forma viral. Muestra de ello es el espeluznante anuncio de Greenpeace que vincula el consumo de Kit-Kat con la destrucción del hábitat de los orángutanes en las selvas de Indonesia. Sin embargo, creo que la escala de ese potencial de sensibilización se puede ver eclipsado por un nivel superficial y efímero, muy propio de la trepidante iconofagia -consumo de imágenes- de los tiempos que vivimos. Por otro lado, los programas de educación y formación son una apuesta de más largo alcance, de menor cobertura, más artesanal, y presumiblemente, de mayor profundidad. Seguramente las dos estrategias son necesarias y complementarias. Para mí es más significativo lograr mayor profundidad con menor cobertura que mayor cobertura con menor profundidad.
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