Hace cuatro años, cuando fui por primera vez a Chillepín en Septiembre del 2004 a celebrar las Fiestas Patrias conocí a Oscarín. En aquel entonces, el tenía nueve años, bailaba cueca bien zapateada, orgulloso con su vestido de huaso, soñaba con correr en el rodeo de la media luna como su abuelo, Don Nibaldo. En cambio, hoy, ena febrero 2009, Oscarín con trece años, ya no sueña con ser huaso, ni tampoco baila cueca. Prefiere el reggeaton. Admira los graffitti que pintan los hip-hoperos. Tiene su perfil en Facebook. Ve Boombox en la televisión por cable. Y se baja sus juegos a su teléfono movil desde I-shop. Su bisabuela quita empachos, cree en el tue-tué y en la gente que ojea guaguas y quien las santigua.
Este contraste me hizo reflexionar sobre los mitos y estereotipos que rodean la ruralidad desde nuestra vivencia urbana. A menudo pensamos inocentemente que los jóvenes del campo son más ingenuos, más castos, que no están contaminados por los vicios de la gran ciudad. Sin embargo, con este viaje, me he dado cuenta de que los medios de comunicación son tan poderosos que transmiten patrones culturales creados y pensados en la ciudad hasta lugares tan aislados y extremos como Chillepín. Sin duda, con el crecimiento progresivo de la Mina Los Pelambres, ha ido llegando lo que se conoce como "progreso" a las localidades rurales del Valle del Choapa. Se pavimentó el camino que hoy es una carretera por la que circulan cientos de camiones diariamente, llegó la electricidad, la telefonía fija, y recientemente la móvil, y tambien internet y la televisión por cable en los últimos años.