En mi último viaje por España, tuve la oportunidad de conocer por dentro el Centro de Innovación de una conocida entidad financiera y sostener una animada conversación con algunos de sus colaboradores. Durante la visita, me encontré con un creativo grupo de expertos diseñando una foca-robot de peluche interactiva para tratar el Alzheimer. Esta aparente desconexión me recordó al caso de una empresa chilena de gas que estaba vendiendo seguros entre mujeres en zonas pobres. ¿qué tiene que ver un banco con el Alzheimer? ¿y el gas con los seguros? ¿hasta dónde llega el afán por innovar para desarrollar nuevos negocios tan aparentemente inconexos con el modelo de negocios actual de la empresa?
Conversando con ellos y otros amigos consultores sobre los nexos entre la innovación, la responsabilidad social corporativa y la sostenibilidad, me di cuenta de que lo que yo asumía como obvio, no resultaba tan transparente para otros. Para mí, como consultor dedicado a facilitar cambios e innovaciones en las organizaciones, orientándolas para construir culturas e implementar sistemas que contribuyan a la sostenibilidad de los negocios, las comunidades y los territorios donde se insertan, resulta una premisa básica la relación entre la necesidad de innovar para ser más sostenible, la responsabilidad social de innovar y la estrecha relación entre responsabilidad y sostenibilidad.
Sin embargo, para algunas de las personas con quienes conversé, estos vínculos no parecían tan claros, debido a que en sus mentes permanecían en campos semánticos separados, esto es, compartimentados en cajones separados. Percibían los temas de “sostenibilidad” como sólo relacionados con el medio ambiente, asociando “sostenible” a temas “verdes”: energías renovables, reciclaje, reducción de emisiones de CO2 para combatir el cambio climático. Por otro lado, percibían los temas de “responsabilidad social” con una mirada mas filantrópica: qué hace la empresa por los niños pobres, qué cheques entregan en maratones televisivas, qué universidad es apoyada por tal empresa, quién aparece en las páginas sociales en el último evento de glamour de la empresa para recaudar fondos benéficos, qué causas u ONGs patrocina para ayudar al Tercer Mundo... Y finalmente, la innovación se asociaba fundamentalmente a tecnologías de información y comunicación, blogs, plataformas 2.0 y redes sociales.
Sin embargo, creo que esta mirada tan segregada y fragmentada, resulta tremendamente limitante e inconexa, llegando incluso a desaprovechar la posibilidad de generar sinergias significativas entre los conceptos y sus aplicaciones concretas en la realidad.
El Sentido de la innovación
El año vasco de la innovación, másters por doquier en gestión de la innovación, consejo nacional de la innovación en Chile, estrategias de innovación, centros de innovación empresarial, redes de financiamiento para la innovación… Si tanto se está invirtiendo -o gastando- en innovación, bien vale la pena preguntarse por el sentido y propósito de dicha innovación. ¿Innovar? Sí, claro…. Pero, ¿para qué?
El Sentido de la innovación
El año vasco de la innovación, másters por doquier en gestión de la innovación, consejo nacional de la innovación en Chile, estrategias de innovación, centros de innovación empresarial, redes de financiamiento para la innovación… Si tanto se está invirtiendo -o gastando- en innovación, bien vale la pena preguntarse por el sentido y propósito de dicha innovación. ¿Innovar? Sí, claro…. Pero, ¿para qué?
¿Innovar por innovar?¿Innovar por placer? ¿innovar para crecer? ¿innovar para ganar más dinero? ¿innovar para competir? ¿innovar para ser más eficiente? ¿innovar para mejorar la calidad de vida? ¿innovar para sobrevivir? ¿innovar para aparentar ser innovador? ¿innovar porque está de moda? ¿innovar sin límites? ¿innovar para ser más sostenible?
Creo que toda empresa, país u organización que desee apostar por la innovación, debe plantearse primero el propósito en función de su contexto, las necesidades, recursos, capacidades y potencialidades de su realidad. Quizá en un momento dado las empresas innovaron para ser más eficientes. Quizá en un país en vías de desarrollo, se priorice la innovación para generar crecimiento económico. Quizá algún banco pueda permitirse innovar por innovar. Y quizá otros se suban al tren de la innovación sólo porque está de moda. Y posiblemente, para muchos parecerán legítimas y válidas dichas opciones.
Sin embargo, el geógrafo de la UCLA Jared Diamond en su libro “Collapse” y el economista Jeffrey Sachs, director del Earth Institute de la Unversidad de Columbia en su libro “Common Wealth: Economics for a Crowded World”, coinciden en el diagnóstico: un planeta finito en el universo, con recursos limitados, al borde del colapso, con un cambio climático global irreversible, con desigualdades dramáticas de oportunidades, con una crisis global de alimentos, combustibles y finanzas, con millones de personas que mueren por enfermedades evitables, hambre o violencia. En es contexto, humildemente, creo que lo verdaderamente socialmente responsable es innovar para la sostenibilidad.
Pero no solamente una sostenibilidad “verde” en su dimensión ambiental, como lo hacen ver algunas campañas reduccionistas e interesadas. La sostenibilidad va mucho más allá de reciclar el cartón, usar energía eólica o usar la bicicleta en lugar del automóvil. La sostenibilidad es una actitud. Es una forma de pensar y entender el mundo, la vida, la naturaleza y las culturas. Es un estilo de vida. Es un criterio de consumo. Es una apuesta por la supervivencia de la humanidad, por la solidaridad inter generacional e inter territorial. La sostenibilidad no es solo de color verde. Es multicolor, porque es multidimensional: tiene dimensiones económicas, culturales, sociales, ambientales y también políticas. Es también gestión de la diversidad. Para ser sostenible, debes ser socialmente responsable. Para ser socialmente responsable, debes ser sostenible.
Las paradojas del qué y el cómo: sostenibilidad en los modelos de negocio
Pensemos en una red mafiosa, terrorista o narcotraficante que desarrolle sus procedimientos con altos estándares de calidad, gestión ambiental, y prevención de riesgos. Separa y recicla sus residuos, ilumina sus bases con energía solar renovable, capacita a sus empleados en el desarrollo de sus competencias, evita la mano de obra infantil, escucha a su comunidad en reuniones periódicas, incluso colabora aportando donaciones a algún colegio pobre. Incluso podría certificarse con algunas normas ISO de calidad y medio ambiente. ¿Podríamos decir que es sostenible? ¿Podríamos decir que es socialmente responsable? ¿Qué dice nuestra conciencia? Pareciera ser que si bien aparentemente, en la forma, en los procedimientos y manuales cumple con los requisitos, hay algo que hace ruido en el fondo, en la esencia, en la misión de la organización que la hace éticamente cuestionable por los daños que puede ocasionar a la sociedad: vulneraciones de derechos humanos, violencia, corrupción, etc.
Más allá de un caso extremo como este, podemos entrar en un ámbito de grises de distintos matices, luces y sombras. Pensemos en una empresa tabacalera. La British American Tobacco, -en Chile, Chiletabacos– está a la vanguardia en metodologías de RSE, escucha a sus stakeholders, gestiona sistemáticamente sus relaciones, publica anualmente sus reportes de sustentabilidad e incluso está certificada con alguno de los modelos internacionales. Sin embargo, el tabaco genera unos daños dramáticos en la salud de las personas y ocasiona millonarios gastos para las instituciones de salud pública de los países. ¿Podremos decir que su modelo de negocios contribuye al desarrollo sostenible?
Pensemos en una empresa que fabrica armas. Armas que sirven para matar personas. Armas que sirven para defender vidas. Las armas cumplen un rol en la sociedad. ¿podría una empresa fabricante de armas ser socialmente responsable? ¿es sostenible su modelo de negocios?
Pensemos en una empresa minera en las montañas que extrae minerales bajo un glaciar. La mina cumple con la ley, entrega donaciones a la comunidad, está certificada en los sistemas de calidad, gestión ambiental, prevención de riesgos y salud ocupacional, escucha y gestiona sistemáticamente su relación con los stakeholders. Auspicia eventos de naciones unidas, del Pacto Global y de las asociaciones empresariales socialmente responsables. Sin embargo, su explotación puede disminuir la vida útil de un glaciar que es la mayor reserva de agua dulce para una ciudad de seis millones de habitantes para el próximo siglo. ¿Es posible una empresa socialmente responsable con un modelo de negocios insostenible? ¿Es socialmente responsable un gobierno que autoriza un marco regulador donde se permite algo así de insostenible?
Las contradicciones de lo posible
Podríamos seguir sector por sector, y empresa por empresa. La limpieza de la energía nuclear. El impacto ambiental de las grandes represas para una energía hidroeléctrica. Los buitres estrellados contra los molinos de centrales eólicas. Las hambrunas que podrían ocasionar los biocombustibles. Los árboles que se requiere cortar para producir libros y educar a un país. Las emisiones de CO2 que generan los vuelos de los turistas que van a ver los glaciares contribuyen al cambio climático que ocasiona su derretimiento. Y encontraríamos cientos, seguramente miles de contradicciones.
Suelo decir en mis clases y talleres que lo sostenible rima con lo posible. Que resulta complicado ser 100% coherente en el ámbito de la sostenibilidad. Podría llevar hasta un fanatismo. ¿Qué ocurriría si la sostenibilidad de transformara en una cuasi-religión dogmática, como ocurrió a algunos economistas neoliberales que confiaron con una fe ciega en la mano invisible, endiosando así al libre mercado?
Dice Eduardo Galeano que las utopías son como el horizonte, porque cuando caminas un paso, ellas avanzan otro paso, cuando caminas diez pasos, ellas se alejan diez. Para eso sirven, las utopías, para caminar. En la sostenibilidad, mejor que ser radicalmente coherente, propongo ser auténtico: reconocer que tengo errores, que contamino, que la vida humana genera un impacto, pero que me esfuerzo por prevenirlo, reducirlo, minimizarlo, mitigarlo, o en su caso, compensarlo. Reconocer, finalmente, que el desarrollo sostenible no es una utopía, ni un horizonte, ni un destino, sino un camino. Y la sostenibilidad, un modo de caminarlo.
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