Ya de regreso en Santiago, no puedo negar lo agridulce del aterrizaje. Dulce, por el reencuentro con Amanda y la esperanza que ella significa. Amargo, por la tristeza dejada atrás, que insiste en quedarse pegada al ventrículo izquierdo como una lapa. Dulce por los recuerdos de mis sobrinas en las olas, disfrutando en la playa y en la piscina. Amargo por el deterioro de la salud de mi padre. Dulce por los abrazos de mi amada. Amargo por el dramático paso del verano al invierno sin una primavera en el intermedio. Dulce por la energía que traigo para impulsar los nuevos proyectos. Amargo por los que ya no volarán más. Dulce por las caras de los alumnos nuevos y sus ansias por aprender. Amargo ... amargo ... ya no sé por qué.
domingo, 24 de agosto de 2008
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