El mundo se ha vuelto cada vez más complejo y contradictorio. Durante años, la antorcha olímpica fue un símbolo de paz entre los pueblos, de juego límpio, de intercambio cultural, espíritu deportivo y sana competencia. La antorcha era un símbolo honorable y respetable de los Juegos Olímpicos, por encima del bien y del mal. Ya fuera en Sidney, en Barcelona, Seúl o Atenas, nadie osaba apagarla para denunciar los conflictos con los pueblos aborígenes, los vascos, los norcoreanos o con los chipriotas.
Durante la última semana hemos contemplado un oxímoron mediático a nivel global, a mi juicio lamentable, pero significativo de los nuevos significados de los símbolos, de la nueva hermeneútica global, de la reinterpretación de los signos.
Abril 2008. Comienzan los rituales, festejos y celebraciones para las primeras olimpiadas en China. Beijing prepara sus estadios y entrena a su gente para recibir a los miles de deportistas, turistas y espectadores para el evento del año. Pero no contaron que era el año lunar de la rata de tierra. Un año de profundas transformaciones. Los elefantes temen a las ratas y a los ratones. El elefante dormido despertó. El gigante se puso a correr. La locomotora aceleró su paso. El comunismo se abre al capitalismo. Gana el pragmatismo. Ya lo dijo Den Xiaoping: "No importa el color del gato, sino que cace ratones". El elefante mostró su lado más felino.
El otro lado de la moneda: Cordillera de los Himalayas. Meseta del Tíbet. El gato se excedió con los ratones. El Dalai Lama, el líder de los ratones, un hombre santo, líder espiritual y maestro de la sencillez y la sonrisa, acusa al gato de cometer genocidio cultural. Revueltas en Lhasa, represión, violencia, muerte, censura en los medios oficiales. Austeros monjes vestidos de rojo y ámbar lideran protestas pacíficas frente a las embajadas chinas de todo el mundo.
Los caprichos de la rata de tierra. Paralelamente, comienza el relevo de la antorcha olímpica, Se enciende en Grecia y cada día una ciudad emblemática: Londres, París, Buenos Aires... En cada ciudad, activistas buscan creativas formas de apagar la llama, en protesta por las vulneraciones de derechos humanos en el Tibet. De alguna manera, los perros ladran para ahuyentar al gato que molestó a los ratones. Retruécano simbólico: los policías de países democráticos defienden mediante el uso de la fuerza la antorcha, un símbolo de paz, que es interpretado por quienes desean apagarla, como un símbolo de violencia de un país autoritario.
Hasta un sacerdote católico chileno, director de pastoral de la Corporación María Ayuda, seleccionado por un concurso de Lenovo, recorrerá 200 metros con la antorcha por las calles de Buenos Aires. Al otro lado de la Cordillera de los Andes, en otro lado de La Moneda, la presidenta chilena, Michelle Bachelet, quien fue víctima de torturas durante la dictadura militar, se dispone a una visita oficial a China, con quien Chile ha firmado un acuerdo de libre comercio. Los caprichos de la rata hacen que el avión presidencial deba regresar por unas vibraciones, y deban reanudar el vuelo en otro avión de la Fuerza Aérrea. Este perro se morderá la lengua, para que sus amos puedan hacer negocios con el gato. Qué importan los ratones. Da igual el color del ratón, lo que importa es que el gato haga negocios.
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