Los últimos días han vuelto a sorprenderme con una serie de coincidencias tan inesperadas como significativas.
En una semana, me he encontrado dos veces con una amiga ecuatoriana, un martes en una micro en la alameda y el lunes siguiente en la estación del metro de Plaza de Armas. Ellá está postulando a estudiar a Suecia. Hace un mes, en Los Heroes, me encontré a su hermano que además es conductor de metro, y lo reconocí por su característico acento en los avisos por megafonía. También me encontré con otra amiga alemana en el metro Pedro de Valdivia, que estaba postulando a la agencia alemana de cooperación GTZ. El pasado martes, me encontré en el Barrio República a una psicóloga con la que trabajé hace años, y resultó que estabamos dando clases en la misma universidad. Me contó de su dramática experiencia en la última mudanza. El miércoles me encontré con una profesora chilena de religión a bordo de un furgón mientras bajábamos de un excepcional encuentro en el Colegio Farellones, quien conocía a una ex-compañera de trabajo que está estudiando un Master en Acción Humanitaria en España. Hace un mes me encontré con otra psicóloga y excompañera de trabajo en Escuela Militar. Me dió un importante mensaje acerca de la necesidad de las redes de soporte.
Paralelamente, recibí tres cartas en una semana: una portaba un No desde Flandes. Las otras dos traían sendos síes desde las Antípodas. Dos señales apuntan a Wellington. Una buceó con los delfines, mientras la otra abrió senderos nunca antes vistos.
Quienes hayan leído "La Novena Revelación" o "The Celestine Prophecy" conocerán el significado de las coincidencias. Hay quienes ven en las coincidencias señales del Espíritu Santo. Hay quienes solo creen en el azar, las probabilidades y la estadístíca. Y tambien estamos los que creemos que si no eres capaz de ver milagros en todo, no eres capaz de ver milagros en nada.